Por Adriana Dias Lopes, Alexandre Salvador y Natalia Cuminales
El
tamaño y forma del cuerpo humano reflejan la historia económica y
social de la humanidad. Ahora somos más altos, más fuertes y cada vez
más gordos que nuestros antepasados porque el vertiginoso desarrollo
tecnológico de nuestra civilización nos permite darnos esos lujos. En el
pasado, especialmente antes de la Revolución Industrial del siglo
XVIII, como estrategia de supervivencia, el ser humano debía adaptarse a
la escasez crónica de calorías y proteínas en la dieta. Piense en un
guerrero heroico del pasado, un caballero medieval. La posibilidad de
que fuera un tipo delgado y de baja estatura es enorme.
El
hombre occidental mide, en promedio, hoy en día, 1,77 metros y consume
un mínimo de 2.378 calorías diarias. Alrededor del año 1700, la estatura
media era de 1,68 metros y el consumo de energía no superaba las 900
calorías. Por lo tanto, a raíz de la ilustración, un hombre con la
estatura promedio actual y un consumo tan bajo de calorías, seguramente
estaría incapacitado para ser considerado mano de obra capaz o para la
guerra; dos de las actividades más comunes en aquella época. Su dieta
diaria difícilmente alcanzaría para sostener el mínimo vital que
requiere el metabolismo. ¿Llevar una armadura? Ni pensarlo. No podría ni
ponerse en pie. ¿O arar la tierra de sol a sol? Imposible.
Evolución tecnofísica
Ese
factor histórico y económico de la evolución humana llama cada vez más
la atención de los estudiosos, quienes han bautizado a este campo de
estudio como “evolución tecnofísica”. No se trata de una teoría rival de
la evolución darwinista, la fenomenal postulación del inglés Charles
Darwin (1809-1882), según la cual todos los seres vivos tienen un
antepasado del cual heredan las características físicas, en un proceso
selectivo que tiende a preservar las mutaciones útiles para la
supervivencia y a descartar las inútiles.
Cuando el ADN se copia
En
el marco de la evolución darwinista, las mutaciones ocurren
aleatoriamente en el corazón genético de los seres vivos, en el momento
en que la molécula de la vida, el ADN, hace una copia de sí misma para
pasarla a su descendiente. Es un proceso delicado pues la molécula sufre
innumerables influencias externas, en especial las radiaciones
electromagnéticas, además de las influencias del ambiente. Por ello, las
copias son imperfectas y producen mutaciones.
Los
nuevos individuos que carguen con esas mutaciones van a enfrentar la
vida y solo entonces sabrán si han llegado al mundo, mejor o peor
preparados que sus semejantes. Es decir, los cambios serán puestos a
prueba por el entorno en el que se desenvuelvan. Si son aprobados, su
portador tendrá que sobrevivir en la lucha por la vida y las pasará a
sus descendientes. Ese proceso explica por qué tenemos dos ojos mirando
hacia el frente, el pulgar oponible, huesos duros y blandos o por qué
caminamos con postura erguida. Cada una de estas características fue, en
su momento, una novedad en la marcha evolutiva y se mostró útil para la
supervivencia de la especie.
La evolución
darwinista se desarrolla lentamente. De hecho, son necesarios miles de
años para que las alteraciones genéticas sean adoptadas por la
naturaleza. La “evolución tecnofísica” es infinitamente más rápida. Sus
mutaciones pueden ser percibidas en una misma generación y no son
transmitidas genéticamente a la generación siguiente ‒y, gracias a las
inmensas posibilidades trazadas que trae consigo la tecnología, no pasan
por la aprobación de la naturaleza.
Nuevas poblaciones obesas
Una
de las más aterradoras alteraciones tecnofísicas que está ocurriendo en
este momento a un ritmo vertiginoso es la transformación de poblaciones
enteras de personas moderadamente obesas a obesos mórbidos. En los
Estados Unidos, país de alimentación exagerada, dicha transformación
ocurrió en una enorme parte de la población en apenas dos años. Eso
equivaldría a un abrir y cerrar de ojos dentro de la escala darwinista.
La
abundancia y facilidad de acceso a los alimentos está produciendo
rápidamente poblaciones de obesos mórbidos en los Estados Unidos -y en
países como Brasil, donde los hombres obesos ya son mayoría, de acuerdo
con un estudio reciente del Ministerio de Salud. Estas mutaciones
escapan a la implacable eficiencia de la naturaleza y se mantienen no
por su utilidad -ya que la tecnología se encarga de desarrollar carros
más potentes, sillas y sillones más grandes, resistentes y hasta grúas
para levantar a obesos mórbidos en los hospitales. Así, desde el punto
de vista de la evolución darwinista, la gordura mórbida está siendo
adoptada artificialmente no por la naturaleza, sino por la técnica y la
economía.
El lado bueno
Pero
también se están produciendo mutaciones positivas gracias a las
conquistas actuales del estadio evolutivo de la técnica. Cuando vemos a
un atleta como Usain Bolt corriendo los 100 metros planos en apenas
9,58 segundos y perseguir un tiempo todavía menor, lo que estamos
atestiguando es a la evolución tecnofísica en acción. El gordo no
precisa de ser obeso para sobrevivir ‒sino todo lo contrario. Y Bolt
tampoco necesita correr a 37 kilómetros por hora para sobrevivir. Tanto
él como los obesos han optado por ser tal como son, y el estadio
tecnológico de la humanidad permite que sigan siendo así.
Las reglas que rigen
Lo
que se busca comprender ahora, en uno de los más fascinantes
movimientos científicos de la actualidad, son las reglas que condicionan
esa evolución acelerada. El americano Roberto Fogel, premio Nobel de
Economía en 1993, director del Centro de Economía Poblacional de la
Universidad de Chicago, partió de la constatación de que vivimos más y
con más salud para abrir paso a un nuevo camino en los estudios acerca
de la aventura humana. Fue a ese conjunto de ideas que se le dio el
nombre de evolución tecnofísica: “La teoría se basa en la premisa de que
en los últimos 300 años, particularmente en el último siglo, el ser
humano obtuvo un grado de control sin precedentes sobre el ambiente en
el que se desenvuelve ‒ese control es tal que no solo lo separa de otras
especies, sino de otras generaciones anteriores del propio Homo
Sapiens. Esto llevó a grandes mejoras del capital fisiológico de los
seres humanos y de su expectativa de vida”.
En
los Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, la expectativa de vida
alcanzaba los 45 años -un siglo y medio más tarde, la expectativa llegó a
los 78 años. Tal expansión se llevó a cabo debido a la producción y
distribución de alimentos, además del desarrollo de diversos métodos
para combatir enfermedades.
Avances en salud
Es
un lugar común entre los biólogos que los logros en la nutrición
producen niños más altos, más fuertes y con más peso. Lo que sí es una
sorpresa para muchos historiadores, es que los humanos se hayan vuelto
más altos y robustos en las últimas décadas y que la razón para
semejante fenómeno tenga mucho más que ver con la calidad en la
nutrición y las revoluciones agrícolas que con la evolución o con los
efectos de las alteraciones en la composición de diferentes poblaciones.
“Los avances en las condiciones de salud representan el más magnífico
salto para el bienestar del ser humano”, indica Samuel Preston,
prestigioso demógrafo de la Universidad de Pensilvania. Las vacunas, la
expansión de las redes de alcantarillado, la penicilina y la Revolución
Verde en la agricultura (multiplicadora de alimentos y la salvación
contra el hambre en todo el mundo) son factores que nos llevan, en
rigor, hacia un mundo más rico, a pesar de todas las ridículas
discrepancias que existen entre un ciudadano de Nueva York y otro en
Jartum. Hace 200 años, el agua que consumía la mayoría de ciudades en el
mundo estaba mucho más contaminada, incluso en los países más ricos.
Por esa razón, la tasa de mortalidad en las áreas urbanas era mayor que
en las zonas rurales. Solo a mediados del siglo XX la situación cambió,
después de la irreversible conquista de la adición del cloro sobre los
recursos hídricos, lo que exterminó decenas de agentes patógenos de la
época. Otro avance se dio en el campo de las tuberías, tanto de agua
como de alcantarillado. Todo tipo de basura fue aislado de los hogares.
Un ciclo virtuoso
El
patrón de vida de una generación determinará, por tanto, a través de su
fertilidad y de la distribución de los ingresos, la situación de la
nutrición de la generación siguiente. Es un ciclo virtuoso. Fogel dice:
“La salud y la nutrición de una generación contribuyen, por medio de las
madres y la experiencia en la infancia, para la fuerza, salud y
longevidad de los miembros de la generación subsiguiente; y así
infinitamente”. Todo está muy bien hasta que, a través de las
investigaciones y recopilaciones de estadísticas, Fogel y su equipo
encontraron el obstáculo de la obesidad. En los Estados Unidos, de 1980 a
la actualidad, el número de obesos se ha duplicado. Actualmente, el 30
por ciento de la población americana sufre de un exagerado sobrepeso,
con un índice de masa corporal superior a 30 (se calcula el IMC
dividiendo el peso por la estatura al cuadrado). La situación es
preocupante y requiere ser combatida, de otra manera llegaremos a decir,
dentro de algún tiempo, que el ser humano alto y fuerte también es
obeso. Pero nada que pueda cambiar la percepción tecnofísica de Fogel.
Hoy en día estamos tan adaptados a nuestro entorno, que nosotros mismos
cambiamos diariamente.
Cálculos demográficos
indican que un abuelo nacido en 1915, con una media de 20 nietos, podría
vivir con algunos de ellos durante 15 años. En la actualidad, un abuelo
con un promedio estadístico de tres nietos puede aspirar a convivir
durante 30 años por lo menos con uno de ellos. Esos son los
extraordinarios beneficios de la longevidad propiciados por la evolución
tecnofísica.
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